En la Gran Selva vivía un armadillo al que no le gustaba la compañía
de nadie y prefería vagar sin rumbo por el campo. Así pasó mucho tiempo, hasta
que un buen día su vida cambió para siempre.
Aquella mañana se levantó y se fue a tomar un baño en el río. Luego de
caminar un buen rato, se detuvo bajo un árbol a descansar, y en ese momento se
le acercó una enorme anaconda a pedirle ayuda para desenredar la punta de su
cola, atascada en un matorral. El
armadillo le respondió:
—La verdad, señora anaconda, es que hoy llevo bastante prisa, pues
antes del mediodía tengo que llegar al río, del otro lado de la Gran Selva.
Disculpe, pero ya vendrá alguien que la ayude.
Dicho esto, el armadillo tomó su morral para seguir su camino, dejando
a la anaconda atónita, pues no esperaba semejante respuesta de un hermano de la
selva.
Al llegar a su destino, el armadillo se zambulló en el agua fresca. Al
cabo de un rato decidió tomar una siesta en la orilla. Entonces, un delfín se
le acercó y con voz suave le dijo:
—Armadillo, necesito un favor tuyo. Al otro lado de la selva vive un
mono que es gran amigo mío y mañana es su cumpleaños. Como no puedo salir a
tierra firme, necesito que le lleves este regalo de mi parte. Con su boca le
alargó una roca que destellaba hermosos colores bajo los rayos del sol. Pero el
armadillo replicó:
—Señor delfín, usted me disculpará, pero debo volver inmediatamente a
mi madriguera y no puedo desviarme. Será mejor que le pida el favor a otro
animal que pase.
Con cara larga y triste, el delfín dio media vuelta y se alejó por el
río.
Como el sol empezaba a declinar, el armadillo decidió emprender el
regreso a casa. Esa noche, mientras descansaba en su madriguera de tan largo
viaje, hubo un consejo de animales. Como en la Gran Selva no había secretos,
todos sus habitantes supieron que el gruñón armadillo no quiso ayudar a la
anaconda ni al delfín, por lo que decidieron que al perezoso animal había que
castigarlo de alguna manera. Para ello invocaron a Tupana, el gran conductor del
Universo, y le solicitaron ayuda. Este no lo pensó mucho y decidió la suerte del
armadillo.
Fue así como al día siguiente, cuando el sol empezaba a despuntar en
el horizonte, el armadillo se sintió más pesado que de costumbre al intentar
levantarse: en su lomo llevaba una gran concha que le impedía moverse
libremente como antes.
Desde aquel entonces, todos los animales de la Gran Selva procuran
ayudar a sus hermanos, pues ninguno quiere correr con la misma suerte del
armadillo.
Valeria Baena.
Publicado en: Región de la Orinoquia: animales en extinción.
Colombia. Bogotá. Ediciones B, 2006
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