-¿Te lo cuento? Pues,
señor,
que yo vi andar una flor.
-No me mientas, por favor.
-Pues es verdad, yo la vi:
sobre sus pequeñas
piernas,
la flor andaba, así, así,
sobre las raíces tiernas…
-Pero…
-Te digo que sí.
Y luego llegó a una escuela
donde un raro profesor
enseñaba “vuela-vuela”,
qué era un vuelo sin
motor…
-Tú me mientes.
-No señor.
Vio el profesor a la flor
y dijo esta sola frase:
“Vamos a empezar la
clase.”
Ella con todo primor,
tomó asiento; yo, a su
lado.
Y el profesor, dicho y
hecho,
me ordenó subir al techo.
-Tú me engañas, no hay
derecho.
-No, amiguito, es verdad.
Como en las artes del
vuelo
mostré poca habilidad,
perdí la estabilidad
y, ¡plaf!, me estrellé
contra el suelo.
La flor me dio su
consuelo.
-¿Y qué más? Y luego ¿qué?
-Pues, verás: me desperté. (Michael Ende)
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